Gárgolas insomnes

Agosto 10 de 2004

Que si el cielo está inundado y tenemos goteras. Que si Tláloc enloqueció de nuevo. Unos dicen que las nubes dejan caer su peso en agua sobre nosotros para limpiar el aire y regar las plantas; qué buena onda es la lluvia. Otros hablan de cambio climático, un fenómeno preocupante. A salvo del chaparrón o empapados en plena calle, unos hacen poesía y otros hacen berrinche. Quizás Dios sigue llorando porque no tiene mujer. Lo cierto es que ya estoy hasta la madre.

Que la sangre no fluye por mis venas, sino por las avenidas, también es cierto, pero la tormenta no amaina en horas hábiles y entorpece la circulación vehicular. Por eso llegué tarde a la cita; por eso tengo gripe reprimida con vino hasta hace unos días, a cambio de antibióticos, y ahora con mi resistencia al insomnio, nada más. El médico dictaminó que mi corazón funciona muy bien, que tengo "presión de bebé"; pero debo abstenerme de beber alcohol durante dos meses, para empezar. Lo curioso es que ninguno de los análisis con ultrasonido, hechos por separado, detectaron el páncreas.

-¡No tiene páncreas! Es puro hígado este señor.

Para el sueño, somníferos, o sea, pastillitas a mí, como si alguien que además padece de una memoria indeleble y obsesividad pudiera apaciguar su cauda de rencores al cerrar los ojos. Que apacigüen por fin los aguaceros; que escampe de plano y de una vez, para que salga del paraguas y sin clóset el asesino.

[] Iván Rincón 04:47 AM

Julio 26 de 2004

La sangre que mana de mis venas abiertas es un generoso manantial de vida para los muertos que beben de ella. La soledad que respiro por las heridas alimenta el odio y redime, como al niño silvestre, mi pecado de existir. En espera del último suspiro, al caer la noche y la lluvia sobre la ciudad desesperada, el cuervo ha posado su oscuro encanto en una gárgola insomne. Quizás entraña el deseo de sacarle los ojos al cielo para que deje de llorar, sin entender todavía que el cielo no llora; llueve de tristeza. Pero no siempre lloverá, y un día regresaré del remanso de los muertos al mundo de los vivos, mirándolos a través de los ojos del cuervo.

-Eso no es original -comenta Emma Thomas, que lee boca abajo un libro de cuentos de Poe.

Si algo no tiene sentido en la vida y, mucho menos, a estas alturas de la vida, es buscarle sentido a la vida. "¿Tú qué esperas de la vida, Kruchenko?", me preguntó Epigmenio León, muy en su plan. "Que se acabe", le respondí, refiriéndome a la mía nada más. También Carlos Oliva se puso existencial una semana antes. "¿Qué es la vida?", me preguntó en plena fiesta. "La vida... es un infierno agazapado", le contesté con su propia frase. Quizás debí responderle con la máxima de Novalis: "La vida es una enfermedad del espíritu".

¿Qué será la vida realmente, o sea, la vida en realidad, o sea, la vida real, o sea, la vida? ¿Obras y sobras? ¿Principio y fin? Lo cierto es que no hay nada más necrófilo que la palabra "vida" y hay que decirla el mayor número de veces posible para morir. La vida es un infierno agazapado y en la noche del diablo el infierno envía un ángel, un ángel que llega del remanso de los muertos al mundo de los vivos guiado por un cuervo.

-Eso ya lo habías dicho y no es original -comenta Emma Thomas, leyendo el Tratado sobre vampiros, de Calmet. Si como cambia de libro se cambiara los calzones, las sábanas tendrían otro olor. Y habrá que recordarle que ella tampoco es original, pues su nombre lo inventó Jaime Avilez en la época del tonto del pueblo.

La sangre que mana de mis venas abiertas es un generoso manantial de vino para el súcubo que hace vibrar de madrugada las cuerdas de un melancólico chelo. Mis horas negras se extienden como las alas del cuervo en este laberinto construido con las piedras de Sísifo. Mañana saldré a caminar para que se vayan los murciélagos del alma.

-Eso está mejor -comenta Emma Thomas, leyendo ahora... un libro de cocina.

[] Iván Rincón 01:01 PM

Julio 21 de 2004

Oaxaca de Juárez. Julio de 2001.

Al caer la noche, regreso al plantón de mujeres y niños loxichas; estos ya no piden "¡cooperación, cooperación!", porque no hay luz suficiente para que los transeúntes lean sus panfletos, pero aun así revolotean como polillas alrededor de mí hasta que me acerco a la única mujer que sigue activa y la saludo; ella calienta café y tortillas, además de cocer un pequeño montón de insectos que parecen avispas; intrigado, levanto uno y pregunto qué es.

-Chicatana -responde la mujer.
-¿Y dónde la consiguen?
-La atrapan estos niños en el parque.

Ninguna novedad

Hace dos años fueron apadrinados 50 niños loxichas en dos bautizos colectivos (primero 37 y después 13) por activistas, periodistas y artistas como el pintor Francisco Toledo, que apadrinó a dos de ellos. De los 20 que, según algunos cálculos, participan en el plantón, la mitad estudia y los demás tienen alrededor de tres años de edad.

"Los niños de Loxicha ¡queremos la Paz!", dice una manta que al mismo tiempo es un colorido mural, con casas, caminos, árboles, animales y un marco negro en el que los autores dejaron estampadas las huellas de sus manos a manera de firma.

-¡Tú estabas ayer en la casa de Angélica! -me dice uno de los niños, refiriéndose a la oficina de la Liga Mexicana para la Defensa de los Derechos Humanos, cuya vicepresidenta nacional es también representante de esta organización no gubernamental en el estado. Angélica Ayala había solicitado el apoyo de un traductor, pues acababa de ser presentado como detenido un indígena monolingüe en zapoteco y era necesario preguntarle por teléfono sobre su estado físico y lo ocurrido entre su detención y su presentación, durante los dos días que lo tuvieron secuestrado. El niño que me reconocía acompañó al joven
que la hizo de traductor.

-¿Qué dice el señor? -quizo saber la persona más vapuleada entre los defensores de los derechos humanos en Oaxaca.

-Dice que le hacían muchas preguntas en español y, como no las entendía, le pegaban; que después le pegaban otra vez para obligarlo a firmar hojas en blanco; que está enfermo de los huesos y del estómago; que dejó de comer y hacer del baño; que le duele mucho la cabeza; que no puede sentarse porque también le duele, y tampoco puede dormir.

O sea, nada nuevo, pensó este reportero que, después de tres años de ausencia, había regresado a Oaxaca en busca de noticias.

La hija del detenido y, durante dos días, desaparecido, se incorporó al plantón de mujeres y niños loxichas que el pasado 10 de junio cumplió cuatro años en pie. Se trata de un "campamento de denuncia" que, principalmente, demanda la libertad de los presos políticos.

La noche benebá

Cansado al finalizar una jornada más de actividad intensa, decido beber una cerveza en el Bar Jardín. La iluminación y el bullicio en los corredores turísticos que rodean la plaza contrasta con la callada penumbra del "campamento" loxicha en el pasillo exterior del palacio de gobierno. Calculo que los clientes gastan en promedio unos 50 pesos aquí, mientras las mujeres y los niños en plantón cenan chicatana. Mi cerveza cuesta lo que un preso loxicha "gana" en un día de trabajo monótono y embrutecedor.

Entre cavilaciones por el estilo, me pongo los audífonos para escuchar algunas de mis entrevistas a quienes estuvieron más de tres años presos y quedaron libres "por falta de pruebas".

Campamento, le llaman al plantón. Es curioso un campamento en medio de la ciudad; mujeres y niños del campo que se plantan, como los árboles, en un pasillo de asfalto.

La cerveza me cae cada vez más pesada y le pregunto a la mesera qué mezcal es reposado.

-Benebá -me dice con un ademán tan encantador que, seducido, le pido que me traiga uno. Qué guapa es, pienso.

Si no tuvieran que comprar jabón y papel de baño, entre otras vanidades, a los presos loxichas les alcanzaría para tomarse una cerveza y un mezcal con lo que ganan en dos días de trabajo carcelario.

Me pongo los audífonos otra vez para no discurrir más en esta clase de vergüenza, cuando un letrero llama de pronto mi atención; lo tienen todos los establecimientos que rodean el parque central y, con una sintaxis ininteligible, confunde los derechos con las obligaciones y los deberes, para terminar diciendo "no a los plantones".

Molesto, me tomo el mezcal y, por primera vez en todo el día, experimento una sensación de placer; como por arte de magia, la mesera se aparece y le pido otro mezcal semevá.

-Benebá -me corrige con una sonrisa complaciente.

Quizá Salma Hayek fue mesera en una reencarnación anterior, pienso al ver de cerca el busto de la mesera, que toma el vaso y se lo lleva sin decir adiós.

Si los presos de Pochutla no tuvieran el capricho de comer, aunque sea una vez al día, por lo menos frijoles con tortillas y café, y si no se dieran el lujo de usar jabón, papel de baño y pasta dental, podrían ahorrar lo que ganan en tres días de trabajo denigrante para venir a tomarse un par de mezcales acompañados de una cerveza y servidos por una mujer hermosa, joven, gentil y morena... pero ni modo, ellos se lo pierden.

(Conste que no me refiero a las toallas de Ciudad Sahagún, ni mucho menos, sino a los mezcalitos que un pobre reportero se toma escuchando sus entrevistas al término de la jornada).

Ahora entiendo por qué aceptaron acogerse a la ley de amnistía los que no abandonaron la cárcel "por falta de pruebas"; lo que no pudieron arrancarles con tortura salió fácilmente después de cuatro años de comer una vez al día y dormir en el suelo (otra forma de tortura): "sí, pues, lo que tú digas, soy terrorista, soy asesino de soldados y policías, robo de todo, vaya, que hasta robo de uso, pero ya, por favor, déjame salir de aquí; necesito estar con mi esposa y mis hijos, volver a sentirme entre familia, trabajar en el campo como antes, ser libre".

Las cavilaciones me llevan a ver que mi vaso está vacío y como la mesera, casualmente, pasa en ese instante por mi mesa, le pido otro mezcal semevé.

-Benebá -me corrige conteniendo la risa, y se aleja con un movimiento de caderas casi pendular, cada vez más lento, pronunciado y redondo, lo que me hace prever que si tomo un cuarto mezcal teminaré haciéndole una proposición indecorosa; es mejor saber cuándo detenerse.

Por fin, esa noche dormí bien.

[] Iván Rincón 01:22 PM